Diario de un nómada utielano (28 de abril de 2017)

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Ver,oir



28 de abril de 2017

Playa de Oued El Marsa, Tánger (Marruecos)

Día 5, 720 kilómetros


«Estamos en África, Juancar», me ha susurrado Rosalía esta mañana, al despertar. Una frase sencilla que, sin embargo, se antojaba casi imposible de pronunciar meses atrás. Como si conjugarla requiriese encontrar todas sus letras entre la arena del desierto. Y es que hace tanto que fantaseábamos con este momento, con iniciar la vuelta al mundo y pisar el continente, que ahora me parece estar viviendo una ilusión. Como si, de repente, contemplásemos el mundo desde el interior de dos vidas ajenas, a otra velocidad y desde otro ángulo…


Sin embargo, no hay duda. Allá a lo lejos, del otro lado de la playa y las olas del mar, se levanta España, el hogar, nuestro mundo conocido. Finalmente hemos cruzado la raya que divide al mundo en sus lados bueno y malo, y por primera vez miramos con «ojos de sur» hacia el vecino todopoderoso del norte, hacia Europa, tratando de sentir lo que siente el africano cuyos pasos le conducen hasta mojar sus pies en estas costas…


La vida se ha vuelto tan intensa en los últimos meses, ha costado tanto llegar hasta aquí…  Y no solo por tener que ahorrar más allá de lo imposible, equipar a Rocinante y recopilar información de vacunas, permisos y seguridad en los países que están por venir. Ni siquiera por tener que hacer frente a los constantes «ya se sabe lo que hay en África: nada más que guerras, hambre, muerte y sufrimiento» de los demás. Sino, sobre todo, por tener que vencer a nuestras propias dudas, a esas que insistían en cuestionarnos —una y otra vez— si seríamos realmente capaces de saltar al vacío sin saber qué aguardaba debajo. Al fin y al cabo, se trataba de traspasar la línea definitiva: abandonar nuestra zona de confort y desapegarnos de todo, del trabajo, del dinero, de la familia y de nuestra tierra, para adentrarnos en lo desconocido, en ese espacio que no propone nada salvo un ramillete infinito de incertidumbres.


La mayoría de personas cree que para llevar a cabo un viaje sin fecha de regreso como este todo estriba en disponer de tiempo y dinero. Sin embargo, lo esencial radica en atreverse a nadar contracorriente y pensar de forma divergente, escuchando a la voz interna y respetándola a fin de satisfacer las verdaderas necesidades; por disparatadas que le parezcan al resto. Para ello no se precisa ser rico en dinero ni secuestrar al tiempo. Únicamente se requiere estar colmado de valor y amarse a uno mismo por encima de todo; algo en lo que nunca fuimos enseñados…


Ni siquiera sé si he dormido en esta primera noche africana. En mi mente, un chorro de emociones y agitación me impedían distinguir si lo que sentía era real. Si todo no era más que un sueño. Si únicamente habíamos cruzado el Estrecho y desembarcado en Tánger en mi imaginación. «No, no puede ser», me decía mi mente en plena ebullición. «No acabamos de discutir con los gendarmes marroquíes durante varias horas —y en plena madrugada— para entrar al país. No hemos tenido que abrirnos paso después entre buscavidas harapientos para salir del puerto. No hemos tomado entonces una carretera secundaria hecha jirones ni a sus lados se arrimaban por igual porquería, casas rotas y coches oxidados y sin ruedas. Tampoco humeaban alrededor pequeñas montañas de despojos… No, nada de eso», intentaba sosegarme mi mente.


Sin embargo, la llamada al rezo del almuédano al romper el día me ha devuelto a la realidad con un puntazo de adrenalina en el pecho: ¡estamos en Marruecos! De repente hemos aterrizado en otro mundo y otra cultura, otra religión, otra lengua y otras gentes. Emocionante y mágico y, al mismo tiempo, inquietante. Hemos soñado con tanta fuerza que el sueño se ha vuelto real: ¡la vuelta al mundo ha comenzado! Estamos solos y en África, con todas sus consecuencias. Sin poder volver atrás… Un océano nos separa ya de nuestra vida anterior.



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