Muerte en vida

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EDITORIAL


Nadie elije donde nace, lugares, territorios, países.


Desde un ordenador, con el aire acondicionado dando en mi espalda, recién duchada, con pantalones cortos y tirantes, protegida por una casa, por una seguridad de libertad, de poder, de conocimientos y de respeto, todo ese tengo, tantas cosas en las que el día a día me hace que olvide, la rutina de un país libre, donde las mujeres estudiamos, decidimos, trabajamos y compramos solas, mostrando nuestro pelo y si nos da la gana nuestro cuerpo.


Así me dispongo a escribir sobre los conflictos, muchos en el mundo, no sólo Afganistán, en los que las mujeres son, mejor dicho no son, no son nada, no valen nada.


En los últimos días Los Talibanes han tomado en poder de Afganistán, significa demasiadas cosas, muchas preguntas que no alcanzamos a respondernos, EEUU se marcha de un país donde llevaba veinte años “controlando a los Talibanes”, ofreciendo una democracia que en un soplo se ha esfumado, retiran su protección. ¿Intereses políticos?, ¿no seguir gastando billones de dólares? ¿Ponerse la medalla de haber logrado acabar con el conflicto?


Situación de alarma, de desastre absoluto, de horror, miedo, muerte y sangre.

Mientras cada uno de nosotros estamos de vacaciones, comemos una paella o pedimos no tener toque de queda.


La mujeres entregan a sus bebés, ante la desesperación de lo que queda en su país, el terror de ser un trozo de carne bajo un puñado de tela que tapa la vida, que esconde el miedo a salir sola, a no poder estudiar, a reír y que te oigan, a ponerte perfume y que te puedan lapidar o pegar un tiro.

Esas mujeres no pueden ni salir al balcón de sus viviendas, no pueden pintar sus uñas, no pueden usar tacones, ni siquiera viajar en un autobús con hombres, o llevar pantalones debajo del burka.


Sufríamos los españoles por un confinamiento con todas las comodidades, imaginad la vida siendo una mujer afgana, o mejor, no lo hagáis, el sufrimiento, la rabia y el dolor se apoderarán de vuestro ser, tanto que seríamos capaces de entregar a nuestros hijos en manos desconocidas, de lanzarlos quien sabe dónde,  a una ilusión de mejor vida.

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